La sentencia de Camps: entusiasmo descriptible

>EL JURADO POPULAR DECLARA NO CULPABLE AL EX PRESIDENTE

La exoneración judicial de Francisco Camps, no excesivamente sorprendente considerando que todo un juicio por supuesto cohecho se basaba en unos trajes, no ha sido recibida por la prensa más afín al PP con el mismo entusiasmo desbordado que enfrente causa, por ejemplo, Garzón. Estos suelen servir de varas de medir sectarismos.

Eduardo San Martín, en ABC, proporcionaba un buen ejemplo de reacción crítica: «Que cada cual juzgue de qué lado se inclinó la moneda en el 'caso Camps'. Pero muchos de los que hoy lamentan un fallo exculpatorio quizá sean los mismos, ¡oh ironía!, que con más ahínco defendieron la introducción del jurado en nuestra ley. La institución remite a un tiempo histórico distinto. Hoy, la llamada 'justicia popular' no garantiza la equidad ni la limpieza en mayor medida que un juez liberado de las ataduras del ancien régime».

Desde El País, periódico que San Martín conoce bien, venía una de esas quejas, transformada -en un editorial, nada menos- en bien poco socialdemócrata descalificación del jurado valenciano: «La absolución de Camps y Costa por un jurado popular podría ser interpretada como un gesto más de complacencia ciudadana con los políticos corruptos; como el voto en las urnas a favor de ellos». Pero no hay mal que por bien no venga, parecía decir Carlos E. Cué frotándose metafóricamente las manos: «Si Camps quiere seguir mandando en Valencia, e incluso volver a ser presidente, la situación puede volverse incontrolable y el PP valenciano una auténtica olla a presión».

Por otro lado iba, de nuevo en ABC, José María Carrascal, que titulaba su columna Al fin, justicia: «Un hombre que sale de la política con menos dinero que con el que entró es, no ya una rareza, sino un santo. Y, desde luego, no se vende por tres trajes». Pero terciaba Manuel Martín Ferrand: «Las propias maneras de su defensa y los modos de relación con los demás que han quedado probados a lo largo de estos tres últimos años, descalifican la dimensión política de Camps aunque quiera vérsele como un monumento vivo a la honradez».

Todo lo que antecede no ha sido óbice, por cierto, para que el selectivo analista de prensa de El Periódico, Xavier Campreciós, titulase que «la derecha mediática» (a la que también llama, jaranero él, «el cazalla party») «jalea la sentencia de los trajes».

Sí que se celebraba sin tapujos en La Razón y en La Gaceta, donde Jorge Bustos resaltaba, desconcertado, que en EL MUNDO no se escribe a piñón fijo: le gustaba mucho más el titular de Arcadi Espada, Justicia 5, Prensa 4, que el de nuestra portada, en el que se recalcaba que de lo que han absuelto a Camps es de su «responsabilidad penal», no la política. Pero, miren por dónde, Bustos no citaba esto de Espada: «Se pregunta muy retóricamente la señora Cospedal quién va a reponer la honorabilidad de Camps y Costa. Realmente extraño. La honorabilidad de Camps y Costa sólo puede reponerla el que se la quitó: es decir el partido de la señora Cospedal, de Camps y de Costa».

En Público, Isaac Rosa observaba que Camps es un cadáver político aunque él «no se ha dado cuenta» y «de ahí que el juicio, con el desfile de testigos, facturas y conversaciones telefónicas, mereciera terminar con un certificado de defunción, ése que cinco ciudadanos no han querido firmar».

Maldito jurado popular. Cosa de fachas, es evidente.